jueves, 12 de marzo de 2009

experimento - construcción I

Dejábanse caer ya las 23, y de un rato para otro el número de humanos alcoholizados dentro de esa casa excedía al número de habitantes.

Las 23 con 15 y las chaquetas al hombro, las champañas en mano, la guagua en brazos, con gorro; el cabro chico con todas las emociones que acarrea la espera de un nuevo año, la madre abandonando el frío de las paredes de hormigón y toda la familia a cuesta suya.

Caminábamos por aquel sendero gris, bosques y más bosques frondosos de cemento a nuestro alrededor, los floridos sweters de la multitud y aquellas llamativas gorras de plástico, narices, corbatas y demases que hacían que de pronto todo el gris de la ciudad fuera tornándose un poco más cálido, más humano.

Sonrisas vacías, almas sin cuerpo, y sobretodo cuerpos sin almas; todos siguiendo una especie de procesión en dirección a la fuente vital, buscada desde tiempos antiquísimos- y casi paradójicamente - nos reunía a todos ahí, denuevo.

A orillas del lago, un poco más de lo mismo, más sonrisas, más almas, más felicidad de plástico, de esa que venden en botella y con unos cuántos grados alcoholicos de más.

A mi izquerda mi padrastro, aquel idiota que con mas de 40 no es más que un mocoso de 14, mi madre, una mujer centrada, distinguida; frente a mi, el niño que me robó la infancia, que me hizo sentir celos y que hoy, quiero más que al resto de mi familia, porque es nada más y nada menos que la infancia que me perdí por envidiarle a él.

A mi derecha, el tio Pato, sí; el mismo que aún teniendo sólo 16 me hizo prometer que me casaría con él; junto a él y sus más de 30 años, su esposa, una guapa morena que sostenía en sus brazos a una pequeña criatura de sexo femenino, que no tardará en convertirse en una desagradable niñita mimada dentro de unos pocos años.

Las botellas de champagna pronto comenzaban a disminuir su contenido, cada sorbo, un deseo, como si cada 50 ml de alcohol pudieras tener la oportunidad de que Peter Pan te diera polvo de hadas y aquél ingenuo truco para volar.

Las 23 con 58 y algunos apresurados y ansiosos ya comenzaban a abrazarse tornando más hogareño el borde del lago.

Las 23 con 59 y mamá me desea un feliz año, éxito en los estudios y buenas decisiones; que me cuide, mi padrastro sólo pide que me cuide.

Las 24 y los abrazos llegan, las lágrimas innecesarias y totalmente descontextualizadas, resbalan por mi rostro, rocían el hombro de los familiares cercanos, y de pronto se ven entorpecidas por una sonrisa, luego dos, un millón de sonrisas y abrazos presionan mi pecho, contraen el llanto y me hacen sonreír.

Detesto a las multitudes, pero sí, en situaciones como esta, me hacen reír.

Atrás de mí; él, ese que siempre está ahí, me abrazaba contra su pecho, con fuerza. Y nunca importó la fuerza, porque de cualquier modo, siempre estuvo ausente.