sábado, 5 de enero de 2008

Para ti

Hoy vine a escribirte un poco, no se muy bien que. Pero vine a escribirte porque te extraño, supongo; porque tengo ganas de hablar contigo, de verte, abrazarte, y reirme contigo de ti y de mi.

Tengo ganas de que tu boca llena de risa me llame como me solías decir. Tengo ganas de no pensarte, de no extrañarte, de no olfatearte por todas partes. Tengo ganas de no llamarte cada vez que tomo aliento. Tengo ganas de no escribirte, de no buscarte hasta en la última carpeta del escritorio del computador. Tengo ganas de dejar de sentir tus mejillas en mis dedos. Tengo ganas de cantar: sí, tengo ganas de cantar.
La gente como yo no canta, no canta. Simplemente porque no tenemos voz para eso. Pero sí. Tú me hacías cantar y tampoco tenías voz para eso.
Y cantábamos.
Entonamos sinfonías de risas por millones, millones de personas miraban, miraban de envidia por lo bien que cantábamos, cantábamos canciones de queen y mucho rock de ese que tanto nos gusta: el clásico. El clásico tintineo de nuestras risas como dos campanitas, campanitas que hacían tilín y tolón. Tolón, el niño que no sabía atar sus cordones, cordones que unían lazos. Lazos indestructibles. Indestructibles como tu o como yo. Yo aquí con ganas de que me hagas cantar. Cantar para volver a creer que soy indestructible. Indestructible, así como las pompas de jabón. Pompas de jabón que nacieron en tu baño lavándonos las manos antes de ir a tomar once. Once minutos faltan para las seis de la tarde. Tarde de la que no pude escaparme e inevitablemente pensé en la falta que me hacías.

No quería publicarlo. No quiero. Pero te va porque hoy, es más probable que leas esto que tu correo.