sábado, 29 de diciembre de 2007

Cuestión de fe.

Hacían ya bastantes meses que ella no cuestionaba a nadie su fe. Hacían ya bastantes meses que no se cuestionaba su propia fe.
De pronto irrumpe en el esquema casero de su ya-no-tan-dulce hogar, un sacerdote. Aquel tío suyo: cura de una de esas pequeñas iglesias, de un pequeño pueblo, de esos que a ella no le gustan porque parecen polvorientos y pobres. Sucios y desprovistos de vida. Aquellos que irónicamente parecen "haber sido olvidados por la mano de Dios".
Su madre, abandona los quehaceres del hogar para ir a saludar a su primo, el sacerdote.
En la casa aún sucia y desordenada a causa de las fiestas navideñas, se le recibe con alegría. Se le atiende con gran acogida, se le ofrece
kuchen, pan de pascua y cola de mono. Todo hecho en casa.

El sacerdote no viene a evangelizar. Sabe que en esa casa todo el mundo ha perdido la fe. Viene a visitar a su familia, que no son su familia directa. Son sus tíos, su prima, sus sobrinos en segundo grado. Sin embargo, ellos son más familia que Dios. Necesitaba abrazos que Dios no podía otorgarle. Necesitaba sonrisas y una plática agradable, relajada, y normal. Algo más que Dios no pudo darle y que vino a buscar a esta familia de incrédulos pecadores.

Después de recibir lo que venía a buscar, el hombre de Dios abandona las cuatro paredes de aquellos a los que llama familia.

La madre le pidió un favor. El sacerdote prometió venir el primer día del año que se aproxima. La madre asintió.

Madre y abuela sostienen una conversación en la que la madre menciona que sería conveniente que a su sobrina se le otorgara el sacramento de la “unción de los enfermos”. - ¿Para qué?, si no crees Dios – los milagros pueden pasar.

“Pide y se te concederá” repitió su madre mientras la joven se demostraba despreocupada haciendo esto y aquello. “Pide y se te concederá… me acuerdo de eso cada noche. Pido, pero no pido con fe”, repetía la madre de un lado para otro.

La joven abandona la habitación, sube. Se encierra en el baño buscando lágrimas para llorar. Está desesperada. Desesperada por creer, necesita aferrarse a algo más grande. Está dispuesta a aferrarse a algo divino, superior. Pero a ese algo, a ese alguien no le interesa la fe de esta desesperada joven. Que sufra. No es su problema. Se muestra interesado en las ofrendas y ella solo tiene una prima enferma que ofrecer. Una prima que la mata cada vez que la ve postrada en esa silla de ruedas, con la mirada perdida, sin sueños, sin esperanzas.

La joven en su desesperación, con ira, con dolor, ruega porque un Dios la escuche y sane a su prima de una buena vez “si no la sana, que la mate”. Que la mate. Ella rezó por la muerte de su querida prima. Buscó y no encontró.

En un último intento, lanzando un alarido pidiendo ayuda, algo en lo que creer; levantó su cara, y ahí estaba, del otro lado del espejo su propia imagen.

Desde hoy en adelante, tiene en quien creer.

Pide y se te concederá.